La Ley del Embudo. Porqué perdonamos a nuestros corruptos y queremos fusilar a los ajenos

Hay una epidemia silenciosa que afecta a millones de votantes en este noble país tropical,  el Daltonismo Moral. No se asuste. No tiene que ver con los colores. Tiene que ver con algo mucho más selectivo: la capacidad de ver la corrupción solo cuando la comete el otro. El paciente típico tiene una vista de halcón para detectar sobrecostos. También detecta contratos dudosos o nepotismo. Esto ocurre siempre que venga del bando contrario. En esos casos, exige cárcel, renuncias y juicios en vivo por Twitter. Pero si el protagonista es su líder de confianza, ¡zas!, la ceguera aparece de inmediato. O peor: el paciente empieza a ver milagros donde hay mañas y a justificar con entusiasmo olímpico lo injustificable.

Gimnasia mental nivel Panamericanos

Vea qué prodigio: si el rival pone a su primo inútil en un cargo público, lo llamamos “mermelada”. Si lo hace nuestro líder, es “gobernabilidad”. Si el otro roba, es una afrenta a la patria. Si el nuestro roba, “es que lo están persiguiendo los enemigos de la democracia”.

Cambiamos el diccionario según el color de la camiseta. Así, la corrupción se volvió un deporte competitivo: “sí, mi político robó, pero los tuyos robaron más”. Como si eso nos devolviera la plata del bolsillo o aliviara el hueco fiscal.

El síndrome de la mascota política

Tratamos a los políticos como a nuestras mascotas. Si el perro del vecino se orina en nuestra sala, pedimos sacrificio inmediato. Pero si el nuestro deja el charco, decimos: “ay, no lo saqué a tiempo, pobrecito”. Y así, mientras trotamos felices entre excusas, los políticos descubrieron que no necesitan ser honestos, solo populares. Basta con alimentar a la tribu con discursos de odio. También se utilizan frases motivacionales para recibir perdón eterno. No importa cuántos contratos turbios o favores familiares aparezcan en la prensa.

La honestidad no usa camiseta

Madurar políticamente es tan simple como volver a sentir asco por la corrupción, venga de donde venga. Un ladrón con bandera de izquierda sigue siendo tan ladrón como el de bandera de centro. También es tan ladrón como el de derecha, con discurso bonito y voz pausada. Así que haga este pequeño test clínico en casa. La próxima vez que su líder favorito meta la pata, imagine que lo hizo ese político que usted más detesta. Si el enojo le dura menos o le cambia el tono, lamento informarle que sufre Daltonismo Moral.

La cura existe: deje de ser hincha. Empiece a ser juez. O al menos, ciudadano con algo de memoria.

Publicado por Guillermo Saa M

Digo una que otra cosa.

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