La matemática es simple, los egos no
En Colombia hay una mayoría cansada del gobierno. La población está preocupada por la economía y harta de la inseguridad. En teoría, este sería un terreno perfecto para que la derecha arrase en 2026. Pero en la práctica pasa otra cosa: cada precandidato se mira al espejo, se enamora de su propio reflejo, luego decide que el país no necesita un proyecto. El país necesita “su” proyecto.
Las últimas encuestas confirman que el voto anti-Petro y antiizquierda es mayoritario. Sin embargo, está roto en demasiados pedazos. Más de 20 figuras de centro y derecha marcan por debajo del 2%. Solo un puñado supera ese umbral. En ese escenario, la izquierda llega a 2026 con algo que la derecha no tiene: un candidato definido, disciplina interna y un bloque que aprendió a alinearse detrás de una sola cara.
Lo paradójico es que la derecha repite el libreto que antes criticaba en la izquierda. Microcaudillos pelean por el mismo voto. Los proyectos son personalistas. Las campañas giran en torno al ego del líder y no a una estrategia de poder.
Ego y fragmentación: la tormenta perfecta
Hoy los precandidatos de derecha han convertido la palabra “unidad” en un eslogan vacío que no resiste ni la primera encuesta adversa. Cada medición se usa como arma arrojadiza: el que va arriba la exhibe como cheque en blanco, el que va abajo la descalifica como “sesgada”, y así la famosa “regla del juego” se vuelve plastilina al servicio del orgullo individual.
A eso se suma el circo permanente en redes sociales. En lugar de poner al gobierno y a la izquierda en el banquillo, las figuras de derecha se concentran en ataques personales. Dedican buena parte de su contenido a vetos, filtraciones y desplantes públicos entre ellos mismos. Esa exhibición de mezquindad política no solo erosiona cualquier intento de coalición. También manda al electorado un mensaje devastador: “si así se tratan entre aliados, imagínese gobernando”.
La izquierda ya hizo la tarea que la derecha se niega a hacer
Mientras derecha y centroderecha discuten quién moderó a quién en una columna. También pelean sobre quién insultó a quién en un trino. El Pacto Histórico y sus aliados ya cerraron debates clave: el mecanismo de selección y el liderazgo. Definieron una consulta, se sometieron al resultado y ahora desfilan detrás de un solo nombre.
No es que la izquierda sea un monasterio de humildes; es que entendió una obviedad matemática, tres candidatos del mismo bloque pierden contra uno solo, aunque sumados tengan más votos. Esa disciplina, que ya les sirvió en 2018 y 2022, hoy contrasta brutalmente con una derecha incapaz de sostener una mesa de unidad por un mes. La mesa explota en renuncias, quejas públicas y comunicados cruzados.
Lo que la evidencia muestra que funcionaría
La ciencia política y las experiencias de otras oposiciones en América Latina son claras: cuando se enfrenta a un gobierno fuerte o a un bloque cohesionado, la oposición solo es competitiva si:
- Construye coaliciones amplias con reglas estables y previsibles.
- Deja el “anti” como telón de fondo y pone al frente una propuesta creíble de futuro.
- Sincroniza su estrategia con el calendario institucional, en vez de vivir en campaña emocional permanente.
En Colombia, observadores y misiones electorales han señalado que las coaliciones opositoras diseñan reglas claras de selección. Esto aumenta sus probabilidades de ganar. También incrementan sus posibilidades de gobernar con mayoría al repartir roles como candidato presidencial, jefes de bancada y ministerios claves. Hacer lo contrario lleva a listas rivales dentro del mismo espectro. También resulta en consultas improvisadas y boicots internos. Siempre termina en el mismo punto: la derrota y la posterior búsqueda de culpables.
La urgencia de pasar del “yo” al “nosotros”
La derecha colombiana llega a 2026 con una ventana de oportunidad real. Hay descontento con el gobierno. También hay preocupación económica y temor por la seguridad. Esto constituye un terreno fértil para un proyecto alternativo. Pero ese terreno no se conquista con egos inflamados. Tampoco se logra con guerras de vanidad en X. Su éxito requiere una renuncia explícita. Muchos líderes deben dejar de ser “el” candidato para convertirse en parte de un proyecto mayor.
Si de verdad este sector político quiere “salvar a Colombia de la izquierda”, primero tiene que salvarse de sí mismo. Eso implica aceptar reglas antes de saber quién gana. También significa respetar el resultado aunque duela. Además, entender que la historia no recuerda a todos los precandidatos. Sin embargo, recuerda a quienes fueron capaces de construir mayorías. También valora a quienes evitaron una nueva derrota autoinducida en 2026.
