Colombia está tan acostumbrada a las crisis de salud que ahora hasta las reformas vienen con advertencia. Esta advertencia es: “puede agravar los síntomas antes de mejorar”. Qué casualidad que quienes hoy piden un cheque en blanco para rediseñar todo el sistema son los mismos que con el FOMAG y las EPS intervenidas ya demostraron su talento especial para convertir “transiciones” en vía crucis.
FOMAG: el experimento que salió “un poquito” mal
No es que el país ame a las EPS. Es que la frase “tranquilos, el Estado se hace cargo” ya no suena a promesa. Ahora suena a amenaza. En la narrativa del Gobierno, la reforma a la salud es algo así como la temporada final de una serie. Es la gran apuesta. Es la redención y el cierre glorioso. Atención primaria para todos. CAPS en la esquina. Un Estado virtuoso que paga a tiempo. Elimina a los intermediarios malvados. Todo suena hermoso, casi nórdico. Sin embargo, uno recuerda que esto no es Dinamarca. Es el mismo Estado que no logra ni ordenar una EPS intervenida sin armar un desastre.
En el papel, la reforma es una sinfonía: prevención, territorialidad, redes integradas, ADRES musculosa. El problema no es la partitura, es la orquesta. Y sobre todo, el director. Él jura que ahora sí tocará perfecto. Esto será después de varios ensayos fallidos en vivo y con público.
Al régimen de salud de los maestros le dijeron que lo iban a modernizar. Lo que no les aclararon es que “modernizar” incluía filas, quejas, caos contractual y un déficit digno de documental. Centralizaron y cambiaron el modelo. Prometieron atención digna. En poco tiempo, el FOMAG se convirtió en el ejemplo perfecto cuando alguien quiere explicar qué puede salir mal. Esto ocurre cuando el Estado cree que “gestionar salud” es solo cambiar un PowerPoint.
Hoy el magisterio es el paciente al que le entregaron el folleto de los beneficios del nuevo modelo mientras pelea por que le autoricen un examen básico. Y ahora la reforma nacional viene con un mensaje implícito: “vieron lo que hicimos allá… ¿y si ahora lo hacemos con todos ustedes?”.
Pero tranquilos, que esta vez sí va a salir bien. Palabra de quienes siguen “ajustando” el experimento mientras el enfermo tose en el pasillo.

EPS intervenidas: el arte de intervenir para empeorar
Lo de las EPS intervenidas es otro capítulo digno de estudio. El libreto siempre arranca igual: se anuncia la intervención para “proteger a los usuarios”. Acto seguido, los usuarios se enteran de que fueron protegidos porque sus citas desaparecen del sistema, los tratamientos quedan en pausa y nadie sabe muy bien quién responde por sus medicamentos.
A los hospitales y clínicas les prometen orden financiero. Lo que llega, muchas veces, es más deuda, más papeles y más incertidumbre. Si eso es “proteger el derecho fundamental”, no quiero imaginar lo que sería vulnerarlo abiertamente.
Y en ese contexto, el Gobierno pide confianza para una reforma aún más grande. Es algo así como ver a quien chocó al parquear una bicicleta. Luego, entregarle las llaves de un avión.
“Reforma sí” no es “esta reforma, así y con estos ejecutores”
Los defensores más entusiastas de la reforma intentan simplificar el debate en una caricatura. Dicen que o estás con el cambio o eres socio de las EPS. Es un argumento cómodo. Sirve sobre todo para evitar la pregunta incómoda: ¿qué ha demostrado este Gobierno cuando se le entrega el control de un pedazo del sistema?
Porque una cosa es decir “el modelo actual está en crisis” (lo está). Otra muy distinta es afirmar que, por esa sola razón, hay que aplaudir cualquier remezón. No importa el ritmo ni las manos de quienes ya hicieron ensayos muy poco inspiradores. Estar a favor de cambios profundos no obliga a tragarse cualquier “reforma” como si fuera un remedio milagroso sin fecha de vencimiento.
Que la salud necesita cirugía es evidente. Lo discutible es dejar al frente al cirujano que ya perdió a varios pacientes de prueba y todavía culpa al bisturí.
La confianza, ese pequeño detalle que nunca aparece en el proyecto de ley
Lo más irónico de todo esto es que hay un insumo que casi no se menciona en la discusión. Sin embargo, es el más obvio: la confianza. Los usuarios no están leyendo ponencias ni exponencias técnicas. Están recordando qué pasó cuando la EPS de turno fue intervenida. Recuerdan cuando cambiaron el modelo del FOMAG. También recuerdan cuando el Estado prometió orden y entregó improvisación.
Se puede llenar la reforma de palabras grandilocuentes sobre “dignidad”, “territorio” y “derecho fundamental”. Pero mientras cada “experimento” termine en más filas, más deudas y más angustia, la gente seguirá haciendo la cuenta sencilla. Si esto es lo que pasa con un pedazo del sistema, mejor no imaginar el ensayo general con todos adentro.
La salud necesita cambios a fondo, sí. Lo que no necesita es otra reforma escrita en tono épico y ejecutada en modo ensayo y error con los mismos de siempre pagando la factura. Porque antes de pedirle al país que salte, alguien tendrá que demostrar que sabe, al menos, tender un puente.
