Si usted ya pasó la fase de enamorarse de los incendiarios y también desconfía de los camaleónicos, la verdadera decisión en la gran consulta por colombia para 2026 no está entre diez nombres. Está entre dos: Aníbal Gaviria y Mauricio Cárdenas. El resto ayuda a mover el debate, pero no necesariamente a gobernar un país cansado de improvisaciones, shows mediáticos y teorías conspirativas.
Antes de entrar en ellos, vale la pena ubicar el paisaje. Un lado está dominado por la narrativa del cambio traicionado. Otro promete recuperar el orden a punta de rabia. Una franja se autodenomina centro, pero gira según dónde huela poder. En ese mapa, Gaviria y Cárdenas aparecen como opciones de derecha y centroderecha. Ofrecen algo más que gritos. Sin embargo, arrastran sus propios demonios.
El resto del menú para entender por qué el dilema se reduce a dos.
Vicky Dávila: Periodista convertida en candidata, símbolo de indignación anti-Petro, con discurso frontal contra la clase política, pero adicta al conflicto y a la polarización como combustible. Puede ser catártica para el votante furioso, pero difícilmente baja la temperatura del país.
Juan Manuel Galán: Liberal de buenos modales. Es un reformista gradual e institucionalista. Su biografía está marcada por el apellido más que por la ejecución nacional propia. Para muchos, más club bogotano que liderazgo de masas.
David Luna: Moderno, digital, y elocuente. Tiene experiencia en TIC y en el Congreso. Sin embargo, tiene fama de ser adaptable a casi cualquier coalición. Conveniente para negociar, inquietante para quienes buscan convicciones firmes.
Juan Daniel Oviedo: Tiene obsesión por los datos. Es un perfil técnico respetado desde su paso por el DANE. Es bien valorado en opinión urbana. Su talón de Aquiles es la falta de un aparato político nacional robusto. También está la duda sobre con quién se termina montando en la segunda vuelta.
Con este contexto, no es raro que un votante que quiere orden, pero no delirio, y reformas, pero no salto al vacío, termine parado frente a dos puertas. Una puerta es Gaviria, el regionalista de seguridad y unidad. La otra es Cárdenas, el tecnócrata fiscal que llega a desactivar la bomba económica.

Aníbal Gaviria: Viene con experiencia ejecutiva probada. Fue alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia. Se enfocó en obras, programas sociales y recuperación de seguridad urbana. Además, ya jugó finales en territorios difíciles.
Ha construido un relato coherente. Presenta la seguridad como “primera inversión social” y bandera central. No es una obsesión de derecha, sino una condición para cualquier política social seria. Insiste en descentralización y fuerza de las regiones. Propone más poder y recursos para alcaldías y gobernaciones y menos decisiones tomadas sólo en Bogotá. Eso cae bien en un país cansado del centralismo.
Lo que inquieta de Gaviria es su hoja de vida. Viene acompañada de un expediente grueso. Existen investigaciones por contratos de obra, como la Troncal de la Paz. También hay decisiones administrativas cuestionadas. Además, hay un proceso penal donde la Fiscalía ha pedido condena. No es un invento de redes, es un riesgo jurídico real. Hay un contraste evidente entre el discurso de buen gobernante que une y la acumulación de señalamientos e indagaciones que la oposición presentará como sinónimo de politiquero tradicional con prontuario. Un presidente con procesos abiertos parte en desventaja. Cada decisión fuerte en seguridad o en contratación podría ser leída como autoprotección o retaliación. El tema puede intoxicar el debate público desde el día uno.
En resumen, con Gaviria el país compra a un ejecutivo con callo. Está obsesionado con seguridad y regiones. También es un mandatario que gobernaría con una espada de Damocles judicial sobre la cabeza. El votante decide si prefiere ese paquete. Esto es a cambio de la promesa de bajar la violencia. También incluye recomponer la relación con gobernadores y alcaldes.
Mauricio Cárdenas: Es el prototipo de tecnócrata pesado. Es economista y exministro de Hacienda (y de otros sectores). Tiene fama de haber mantenido estabilidad macroeconómica. También logró una buena calificación de deuda. Mantuvo altos niveles de inversión en sus años de gobierno. Tiene un diagnóstico claro y sin anestesia. Habla de una “bomba fiscal” cercana a 8% del PIB en déficit. Promete desactivarla a partir del 7 de agosto de 2026, con medidas fuertes desde el primer día. En seguridad, plantea romper de tajo con la “paz total”. Quiere cerrar mesas y devolver cabecillas a la cárcel. Además, reorientará la política criminal hacia el control del territorio y la fuerza del Estado. Todo esto, sin ambigüedades de diálogo permanente.
Lo que inquieta de Cárdenas. Lleva tatuadas decisiones impopulares como la venta de Isagén, criticada como remate de un activo estratégico, y su rol en crisis y escándalos como Reficar, que le valieron pedidos públicos de renuncia. Simboliza el “establecimiento económico”. Para buena parte del país, es la cara de un modelo que maneja las cifras. Sin embargo, no necesariamente siente el hambre en los barrios. Eso moviliza resistencias sociales y narrativas de “más de lo mismo”.
Un ajuste fiscal duro, combinado con mano fuerte en seguridad, puede ser eficaz en los números. Sin embargo, es políticamente inflamable. Protestas, sindicalismo y oposición de izquierda van a tener en Cárdenas un blanco perfecto. Con Cárdenas, el país elige a un cirujano fiscal. Está obsesionado con la estabilidad económica y la ruptura total con la paz. Esto tiene el precio de nuevas tensiones sociales. También conlleva el regreso del fantasma de decisiones pasadas que muchos no han perdonado.
¿Qué tipo de riesgo prefiere usted?
Puestos así, Gaviria y Cárdenas no son “el bueno y el malo”. Son dos apuestas diferentes de la misma franja ideológica. Con Gaviria, el riesgo principal es reputacional y judicial. Se trata de un presidente con procesos abiertos en un país cansado de la corrupción. Sin embargo, su discurso de seguridad y decentralización puede conectar con regiones. También puede bajar los decibeles de la guerra política. Con Cárdenas, el riesgo está en la calle y en la narrativa. Un ajuste fuerte y un giro brusco en seguridad pueden estabilizar las cuentas y el orden. Sin embargo, esto generaría más conflictos sociales. También traería de vuelta el relato del “establecimiento que nunca paga los platos rotos”. Si su prioridad absoluta es ordenar el territorio. Quiere empoderar regiones, aun tragándose el ruido judicial. Gaviria se ve más funcional. Si lo que le quita el sueño es evitar un colapso económico. Quiere enterrar la paz total, aceptando el costo de un país agitado en las calles. Cárdenas encaja mejor. La campaña intentará venderlos como salvadores. El votante inteligente actúa de manera diferente. No solo se preguntará quién le gusta más. También se debe preguntar qué tipo de problema está dispuesto a heredar durante cuatro años. Esto a cambio de la solución que le ofrecen. Ahí está, realmente, la decisión.
