En Colombia, la culpa oficial viaja con escolta, viáticos y transmisión en vivo. Cada vez que un problema asoma la cabeza (terrorismo, inflación, desempleo, cultivos ilícitos, crisis de salud o huecos pensionales), alguien del gobierno sube al podio para recordarnos la verdad más sagrada del poder actual: todo es culpa del pasado.
El país puede estar al borde de la recesión, pero la narrativa oficial garantiza que los culpables ya no trabajan en el edificio. Si hay masacres, fue porque en algún gobierno anterior, alguien firmó mal un papel. Si el sistema de salud se desangra, la herida no está en el decreto de ayer, sino en la “herencia maldita” de hace tres gobiernos. Si la paz total se enreda entre mesas y protocolos, no es por improvisación, es que el ELN viene con daños de fábrica.
“Nos dejaron el país vuelto trizas”, repiten los voceros, mientras siguen usando esas mismas trizas para bordar discursos. La paz total ya parece una franquicia, se anuncian diálogos nuevos cada semana, pero la violencia sigue cotizando al alza y los grupos armados se multiplican como si no hubieran visto el comercial del posconflicto.
Paz total con espejo retrovisor
En teoría, la paz total iba a ser el punto de quiebre, la narrativa del “aquí comienza la historia nueva”. En la práctica, se volvió el nombre artístico de un catálogo de mesas: mesa con el ELN, mesa con disidencias, mesa con bandas, mesa con todo lo que dispare o cobre vacuna. Lo que no tiene paz, tiene comité. Lo que tiene comité, casi nunca tiene resultados.
Mientras el discurso insiste en que “nunca antes se había intentado algo tan ambicioso”, la estadística se encarga de bajarle volumen a la epopeya. En 2024 hubo casi 270 personas asesinadas en masacres, el año con menos víctimas recientes, sí, pero todavía una cifra que da vergüenza pronunciar sin bajar la voz. Y solo en 2025, Indepaz ha registrado más de 50 masacres, con departamentos como Valle del Cauca, Cauca y Antioquia encabezando el ranking de horror.
Human Rights Watch lo resume sin metáforas. Pese a los esfuerzos, grupos armados no estatales siguen controlando amplias zonas del territorio y cometiendo graves abusos contra civiles, incluso bajo la bandera de la paz total. Es decir, las mesas avanzan en los comunicados, pero en terreno la gente sigue enterrando vecinos.
Desde Indepaz explican que la persistencia de las masacres no es casualidad ni accidente estadístico, responde a una estrategia de “hacer toda la bulla posible para generar zozobra en un territorio y decir «aquí estamos». La paz total, en la versión cruda, sigue negociando con gente que se promociona usando el mismo método de siempre; bala, miedo y control social.
Economía sentimental: inflación y desempleo heredados
En economía, la creatividad es igual de conmovedora. La inflación sube, baja a trompicones o se estanca, pero el relato es fijo, «esto viene de un modelo económico agotado que heredamos», nunca de reformas improvisadas, señales contradictorias a inversionistas o peleas públicas con el sector productivo.
En el papel, las cifras ayudan al cuento. En julio de 2025, el Dane reportó una tasa de desempleo de 8,8%, la más baja desde 2001, dato que el propio Gobierno vendió como prueba de que “el cambio sí se siente”. Meses después, el desempleo rondaba el 8,2% en septiembre y octubre, todavía con más de dos millones de personas buscando trabajo y una informalidad que sigue siendo ley silenciosa en buena parte del país.
Con la inflación pasa algo parecido. En mayo de 2025, el índice anual se ubicó cerca del 5,05%, la cifra más baja desde 2021, y en abril había cerrado en torno al 5,16%, casi dos puntos menos que un año antes, según los propios boletines oficiales. En el discurso, eso es una épica macroeconómica, en el mercado de barrio, apenas se traduce en que los precios dejaron de subir tan rápido, pero nadie ha visto el famoso “respiro” en la caja registradora.
Mientras tanto, economistas de centros como Anif advierten que esa inflación que cede y ese desempleo que baja conviven con un crecimiento débil y una inversión privada en modo sospecha, lo que limita cualquier promesa de prosperidad inmediata. Pero para el libreto oficial es perfecto: si algo sale bien, es gracias al cambio; si sale mal o no se siente, es culpa del modelo que venía de antes
Salud, pensiones y educación: la herencia infinita
En salud, la frase “nos dejaron un sistema quebrado” se volvió himno nacional. Se anuncian reformas épicas para rescatar al paciente moribundo, pero mientras tanto los hospitales siguen sin plata, las EPS colapsan, los pacientes hacen filas eternas y los médicos trabajan a punta de contratos basura; eso sí, todo con una coartada perfecta: “estamos tratando de arreglar décadas de corrupción”.
En pensiones, el cuento es aún más conmovedor. El sistema es injusto, desigual, regresivo y heredado; lo que no queda tan claro es cómo la gran reforma que lo iba a arreglar termina entrampada entre cálculos fiscales, peleas ideológicas y un Congreso que, convenientemente, se convierte en chivo expiatorio de todos los males. Cuando falte plata para pagar futuras mesadas, ya hay libreto listo: la culpa será de quienes no aprobaron a tiempo la revolución pensional.
La educación, por su parte, vive en un eterno “proceso de transformación”. No hay pupitres, no hay techos, no hay conectividad, pero hay narrativa: “recibimos un sistema educativo excluyente y desfinanciado”. Lo llamativo es que los parches presupuestales, las promesas que no se traducen en infraestructura y la ausencia de una política clara también parecen venir, misteriosamente, en la caja de la herencia. Nadie firma el presente.
Diplomacia del retrovisor y vallenato exterior
En política exterior, la culpa también tiene visa. Cualquier crisis con vecinos incómodos se explica con la doctrina heredada, las malas decisiones de gobiernos anteriores o la “historia de agresiones” que viene de décadas; mientras tanto, el guion actual mezcla gestos simbólicos, silencios selectivos y un par de papelones internacionales.
El capítulo de la fiesta en Nicaragua es un ejemplo perfecto de este realismo mágico diplomático. Un exfuncionario clave del escándalo de la UNGRD, con circular roja de Interpol, termina apareciendo en un evento cultural promovido desde la Embajada de Colombia en Managua, entre vallenato, fotos y sonrisas oficiales. Cuando explota el escándalo, la línea es conocida: nadie sabía, nadie autorizó, nadie lo vio, y si algo falló, fue por prácticas “históricas” de la diplomacia criolla.
La Presidencia se apresura a negar que hubiera gestiones para protegerlo, pero reportes de prensa y documentos conocidos después han puesto en duda la versión de la total inocencia institucional. El resultado es el mismo de siempre: un gobierno que habla de dignidad y cambio, pero que produce sus propios episodios de vergüenza internacional, mientras sigue señalando a la “herencia” como verdadero protagonista del desastre.
Manual para no gobernar
Si algo queda claro es que el actual manual de gobierno tiene dos capítulos muy simples. Capítulo uno: “Todo lo malo viene de antes”. Capítulo dos: “Cuando nos vaya peor, vuelvan al capítulo uno”. Lo demás es decoración, comunicados solemnes, hilos de indignación en redes y cadenas de WhatsApp con infografía.
Mientras tanto, la realidad sigue pasando lista: comunidades sitiadas por grupos armados, inflación que la gente no calcula en porcentajes sino en mercados, hospitales ahogados, maestros marchando por lo mismo de siempre, estudiantes sin oportunidades y un país que ve cómo las promesas de cambio se archivan en la carpeta de “herencias”.
Porque al final, gobernar a punta de culpa heredada tiene una ventaja y un costo. La ventaja: siempre habrá un culpable disponible para la rueda de prensa. El costo: llega un punto en que la gente deja de mirar el retrovisor y empieza a preguntar, quién diablos tiene hoy las manos en el volante.
En 2026, cuando llegue otra vez la hora de votar, el truco será el mismo: unos pedirán respaldo para “evitar que vuelva el pasado” y otros prometerán “borrar el desastre de estos años”. Los unos asustarán con el castrochavismo recargado, los otros, con el regreso de la derecha voraz.
Pero el dilema no es escoger al mejor contador de historias de terror, sino al menos dispuesto a seguir gobernando con el retrovisor. El elector que se deje arrastrar por la pelea de bandos terminará premiando otra vez, al que mejor culpe y no al que mejor responda.
Tal vez el verdadero voto antipolarización no sea “contra la izquierda” ni “contra la derecha”, sino contra la cómoda costumbre de gobernar sin asumir el presente. No se trata de elegir un salvador, sino a alguien a quien, dentro de cuatro años, se le pueda decir algo muy sencillo: “esto sí fue culpa suya… y menos mal se hizo responsable”
