Desde hace años se repite una escena en la política colombiana, pase lo que pase, gobierne quien gobierne, Roy Barreras siempre aparece bien ubicado en la foto. Yo no necesito insultarlo para desconfiar de su candidatura en 2026, su propia trayectoria ya es un alegato contra la idea de que represente algún tipo de cambio creíble.
Cuando reviso su hoja de vida, lo que encuentro no es un proyecto coherente de país, sino un recorrido impecable por casi todos los buses del poder. Estuvo en Cambio Radical, luego en el Partido de la U, en la órbita de Uribe y luego de Santos, más tarde aterrizó en el Pacto Histórico y finalmente se construyó su propio vehículo «La Fuerza de la Paz».
No es casualidad que en cada parada hubiera una curul, una presidencia del Congreso, una embajada o una candidatura en juego, casualidad sería que en algún momento hubiera decidido perder poder por coherencia. A eso se suma un dato clave que como votante no puedo ignorar, el Consejo de Estado anuló su elección al Senado por doble militancia, porque no rompió a tiempo con el partido anterior mientras se subía al siguiente. No es una caricatura, es una decisión judicial que ilustra muy bien su estilo, siempre un pie en cada orilla, por si acaso.

Y luego están los famosos “petrovideos”. En esas grabaciones (ilegales como prueba, pero muy elocuentes desde el punto de vista político) se escucha a Barreras diseñando estrategias para “atacar” a Alejandro Gaviria y “dividir al centro” usando a Sergio Fajardo. Ahí no se habla de cómo convencer con ideas, sino de cómo desacreditar, fragmentar y demoler a los competidores que podían disputarle el espacio al proyecto al que él estaba afiliado en ese momento. Es cierto, la Corte declaró ilegales esas grabaciones y archivó la denuncia penal en su contra, pero que no haya consecuencia jurídica no borra la radiografía ética que dejan esos videos sobre su forma de entender la lucha electoral.
Yo, como ciudadano, no necesito una condena para tomar nota de cómo opera alguien cuando cree que está hablando a puerta cerrada. Por eso me resulta difícil tomar en serio su discurso actual. Hoy se vende como candidato presidencial de 2026 que promete unidad, seguridad y el fin de la polarización. Pero hace apenas unos años fue uno de los arquitectos de la estrategia para exacerbarla, para dividir el centro y para dinamitar a cualquier alternativa que no se alineara con el proyecto que entonces le convenía.
En resumen, cuando miro el expediente completo de Roy Leonardo Barreras Montealegre, los saltos de partido, la anulación por doble militancia, los petrovideos y el giro hacia una nueva marca propia, no veo a un estadista dispuesto a pagar costos por principios. Veo al político profesional que ha hecho de la supervivencia en el poder su verdadera ideología, y ese es justamente el perfil que no quiero premiar con la Presidencia en 2026.
