Aunque no intentemos comprender nada, el subconsciente igual sabe que estas fechas remueven cosas, cierran ciclos y abren excusas para brindar y mandarnos a la mierda con cariño.
Las llamadas “fiestas de fin de año” mezclan de todo: tradición religiosa, consumismo descarado, rituales familiares y puro calendario gregoriano maquillado con luces.
Entre que si Navidad, que si Año Nuevo, que si “felices fiestas” para no incomodar a nadie, al final casi todo el mundo celebra algo sin tener muy claro el qué.
Aunque no se comprenda el significado profundo, sí se siente el peso del cierre de año, las ausencias, los balances y las pequeñas esperanzas disfrazadas de uvas, muñecos de año viejo o fuegos artificiales.
Tal vez por eso el “felicidades” funciona: no explica nada, pero acompaña, reconoce que sobrevivimos otro año y deja la puerta abierta a que el próximo, ojalá, nos joda un poquito menos.
