Gustavo Petro no solo gobierna un país: intenta acomodarlo a la fuerza en la cama estrecha de su propio relato histórico. Allí donde la realidad institucional, fiscal o política no cabe, no corrige el diseño; estira o mutila las instituciones, los números y hasta los hechos, con la obstinación de un Procusto que parece convencido de que su cama es la medida del mundo. Esa mezcla de terquedad reformista, pulsión constituyente, ambición tributaria y verbo moralizante lo acerca también a otros personajes de la mitología: Zeus, Ícaro y Momo, dioses útiles para entender sus gestos de poder, su hybris y su permanente sermón.
Procusto: reformas en cama de hierro
En la mitología griega, Procusto ofrecía hospitalidad a los viajeros para luego forzarlos a encajar en una cama de hierro. Al alto le cortaba, al bajo lo estiraba. El objetivo no era el bienestar del huésped sino la fidelidad al molde. En la política de Petro, las grandes reformas (salud, laboral, pensional) han funcionado muchas veces como ese lecho, si la realidad jurídica, fiscal o técnica no entra en el diseño, peor para la realidad. Cuando las cortes o los organismos de control ponen límites, la respuesta no suele ser revisar los supuestos de la reforma, sino denunciar la cama ajena como “neoliberal”, “corrupta” u “oligárquica” y fabricar una cama nueva a punta de decretos, estados de emergencia o atajos institucionales. La emergencia económica se vuelve así un alargador político, una forma de estirar las competencias del Ejecutivo para que lo que no cabe en el trámite ordinario quepa en el decreto providencial. El resultado es un gobierno que no ajusta las políticas a la realidad, sino que trata de ajustar la realidad al dogma.

Zeus: el rayo autoritario y el gabinete regañado
Zeus es el dios que reparte rayos desde lo alto del Olimpo, celoso de su poder, castigando la hybris de los mortales pero ciego a la propia. Desde la Casa de Nariño, Petro adopta con frecuencia ese tono de soberano moral que se siente autorizado para sermonear a todos, empresarios, medios, cortes, oposición, aliados y hasta su propio gabinete. Sus alocuciones se parecen menos a informes de gobierno y más a homilías donde el presidente habla como si fuera el único que entiende la Historia, y los demás fueran meros obstáculos o traidores al pueblo. El gabinete, en este esquema, funciona como un coro de semidioses tolerados mientras repitan el guion del rayo. El ministro que se atreve a llevarle datos incómodos, advertencias fiscales o reparos jurídicos es rápidamente corregido en público, regañado como un mortal insolente e invitado a recordar que el trueno está arriba. Más que un equipo de gobierno, parece una corte olímpica que aprende que discrepar del jefe trae tormenta.
Ícaro: la hybris constituyente y el vuelo sobre el sol
Ícaro es el joven que, embriagado por la posibilidad de volar, desoye las advertencias y se acerca demasiado al sol, hasta que se derriten las alas de cera y cae. La obsesión de Petro con una constituyente funciona como ese vuelo temerario, ante cada límite de la Constitución vigente, del Congreso, de las cortes o de la opinión pública, la respuesta que insinúa no es negociar ni moderar, sino cambiar las reglas del juego completo. Allí aparecen la ambición tributaria sin frenos claros, los intentos de reconcentrar poder vía reformas institucionales y la fantasía de reescribir el pacto constitucional para encajar, de una vez por todas, su proyecto en un texto fundacional hecho a la medida. El riesgo ícariano es evidente, al apostar todo a un salto constituyente sin mayorías sociales reales, el gobierno puede terminar derritiendo sus propias alas de legitimidad y cayendo, arrastrando consigo la confianza ciudadana en las reglas comunes.
Momo: el dios sermón y la relación laxa con los hechos
Momo es el dios de la burla y la crítica implacable, se dedica a ridiculizar a dioses y mortales, señalando sus defectos con sarcasmo constante. Petro tiene algo de Momo cuando convierte cada escenario (redes sociales, discursos, consejos de ministros) en una tribuna para regañar, ridiculizar o caricaturizar a quienes no comulgan con su visión. El problema es que, a diferencia del Momo mitológico, sus críticas vienen acompañadas de poder real y decisiones de gobierno. En ese tono momesco se cuela además una relación muy laxa con los hechos, datos inflados o incompletos, logros sobredimensionados, narrativas en las que el gobierno siempre gana aunque la evidencia diga lo contrario, y relatos que cambian de un discurso a otro sin rubor. El presidente se presenta como un intelectual total (experto en economía, historia, energía, salud, geopolítica) que corrige a especialistas y académicos desde la seguridad de su propia interpretación del mundo. No hay estudio que valga si contradice la verdad del narrador, y eso alimenta el círculo vicioso de la polarización.
Epílogo: el país entre mitos
Procusto, Zeus, Ícaro y Momo no son simples adornos literarios, son lentes para leer la deriva de un liderazgo que mezcla obstinación, pulsión autoritaria, ambición transformadora y una peligrosa confianza en su propio relato. El presidente que se cree arquitecto exclusivo del futuro termina tratando a la nación como un viajero en la cama de hierro: si algo no encaja, se corta o se estira, aunque duela. La pregunta para Colombia es cuánto está dispuesta la sociedad a dejarse acomodar a la fuerza en ese lecho. Porque, en la tragedia griega, quien abusa del poder, ignora los límites y deforma la realidad acaba siempre igual, castigado por los mismos dioses que juró encarnar, y observado por un pueblo que aprende demasiado tarde que no hay mito más peligroso que el del gobernante que se cree eterno.
“Esta columna expresa exclusivamente interpretaciones y opiniones políticas del autor sobre decisiones y discursos públicos del presidente, a partir de referencias mitológicas. No se pretende aquí hacer imputaciones penales ni diagnósticos clínicos, sino una lectura crítica del estilo de liderazgo presidencial.”
