Entre cánticos de aguinaldo y balances de fin de año, el Gobierno sacó un as electoral bajo la manga para asegurar su futura continuidad. Amparado en el espíritu navideño, decidió repartir prosperidad por decreto. El país no ganó la lotería, pero casi, a punta de firma presidencial, el salario mínimo ahora vale dos millones de pesos. Un regalo de diciembre que huele más a estrategia que a generosidad, y que llega envuelto en papel político de lujo, listo para estrenarse en temporada electoral.
El día en que Colombia amaneció rica
El 29 de diciembre de 2025, mientras el país todavía hacía cuentas para comprar el buñuelo y la natilla, el presidente Gustavo Petro firmó un decreto que promete cambiarlo todo, el ingreso integral de los trabajadores sube 23,78%, alcanzando los $2.000.000. No hubo humo blanco en la mesa de concertación, pero sí una humareda política, Colombia por decreto presidencial acaba de volverse más próspera. El Gobierno lo llamó Salario Vital. Una expresión tan solemne como ambigua, suena a redención social, pero funciona más bien como anestesia macroeconómica. En el papel, el trabajador ahora gana $1.746.882 de salario y $253.118 de auxilio de transporte. En la realidad, apenas sobrevive, solo que ahora con dos millones redondos, ideales para la foto presidencial y el eslogan de campaña.

El ajuste llega con narrativa épica, reactivar el consumo desde abajo, dignificar al trabajador, dinamizar la demanda interna. Pero lo cierto es que la maniobra rompe con la prudencia histórica de los incrementos salariales y despierta sospechas hasta entre quienes suelen aplaudir al Gobierno. Porque sí, el salario subió, pero también subió el costo de ser formal. Hoy mantener a un trabajador mínimo cuesta aproximadamente $2.864.324 al mes. Las MiPymes, que viven de sobrevivir, ahora deberán elegir entre formalidad y subsistencia. Y en un país donde la informalidad ya rebasa la mitad del empleo, el decreto podría convertirse en el mejor incentivo para evadirlo con elegancia patriótica.
Ojo no haga cuentas de cuánto puedes ahorrar, porque el Salario Vital no llega solo, arrastra consigo todo lo que depende del salario. La vivienda de interés social (VIS), por ejemplo, ahora será menos “de interés” y más “de ilusión”, el tope aumenta, los subsidios quedan cortos y las familias que llevaban años ahorrando descubrirán que su sueño se encareció mientras dormían. Y claro, el fantasma de la inflación ya prendió la luz. Si el aumento salarial se traduce en precios más altos, el trabajador terminará devolviendo su alegría en la caja del supermercado, con el mismo gesto resignado con que paga el IVA. Siga creyendo que le están ayudando, mientras le vacían el bolsillo con una sonrisa.
Pero nada de esto es casual. El decreto no es solo una medida económica, sino una jugada política de precisión quirúrgica. En un país cansado de escuchar que “la plata no alcanza”, el Gobierno decide decretar que ahora sí alcanza. Milagro por resolución, la esperanza cotiza en dos millones, y cuestionarlo suena casi antipatriota. Petro cumple su sueño bolivariano de reescribir la realidad desde el poder, la desigualdad se combate con decretos, la productividad con discursos y la economía con hashtags. La banca y los empresarios murmuran sobre los riesgos, mientras el oficialismo celebra el “triunfo del pueblo”, ese pueblo que todavía no sabe si podrá pagar los impuestos al nuevo mínimo “vital”.
El bono invisible de campaña, la jugada electoral
Quizás aquí esté la verdadera genialidad del movimiento, no tanto en subir el salario, sino en subir el ánimo electoral. Porque ningún discurso cala tan hondo como el del bolsillo lleno en vísperas de elecciones. El Salario Vital puede terminar siendo el eslogan perfecto para el candidato del continuismo: “¿Recuerda quién le subió el sueldo?”. En tiempos donde la fe política se compra al menudeo, nada tienta más que un voto agradecido pagado en cuotas mensuales de dos millones.
Epílogo: el espejismo vital
Así que Colombia entra al 2026 con dos millones bajo el brazo y una economía sobre la cuerda floja. Tal vez el Gobierno logre su profecía y la demanda interna florezca. O tal vez descubramos que, en medio del aplauso, el Salario Vital es solo otro espejismo de bienestar en un país experto en vender esperanza al por mayor. Porque si algo nos enseña esta historia es que la aritmética política siempre cierra, al menos hasta que se acaben los ahorros del tendero y el aguinaldo del obrero.
